365 días más

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Crítica de 365 días más

Sexo, lujuria y complementos

La tercera parte de esta saga polaca basada en los libros de Blanka Lipinska, coautora del guion es lo que se esperaba. Como película es mejor pasarla por alto y ni siquiera enjuiciarla. Este reflejo de 50 sombras de Grey es injustificable tanto desde el punto de vista literario como cinematográfico. Sin embargo, se ha convertido en un éxito rotundo para Netflix, que lanza esta entrega prácticamente cuatro meses después de la segunda. Con un final abierto, se abona el terreno para que haya todavía una continuación. El público tendrá la última palabra.

Prácticamente, la cinta se centra en cuatro personajes. Tenemos el triángulo amoroso cuyo vértice principal es Laura -Ana Maria Sieklucka-, a quien acompaña su amiga Olga -Rebecca Casiraghi-, que es la encarga de poner la nota cómica como contrapunto al drama erótico. De esto último se responsabilizan Massimo -Michele Morrone- y Nacho -Simone Susinna-, mientras que Domenico, el fiel amigo del mafioso siciliano y amante de Olga, no pasa de ser un personaje de relleno cuya presencia es efímera.

Va de trío

Desde el primer momento hasta el último, lo que se empodera de la pantalla es el sexo. Cuando suena un cantable ya prevemos que las imágenes nos depararán desnudos, morbo y, sobre todo, carnaza para un público ávido de ver algo subido de tono que, desde el movimiento #Me Too empiezan a echar de menos. En ese sentido, esta historia parece un atentado a su línea de flotación. Massimo se aproxima a un violador que drogó y raptó a Laura para conseguir que en 365 días se enamorase de él. Es dominante y controlador.

En el otro ladeo de la balanza está Nacho, tierno y más considerado, cuya aparición en la segunda entrega, haciéndose pasar por jardinero, sonrojó a más de uno. Es hijo de un mafioso rival, pero las rencillas entre los capos de la Cosa Nostra quedan en segundo plano, engullidas por las secuencias eróticas. Ellos son como modelos de colonias italianas de firmas lujosas. Ella, que se recuperó de un grave accidente en la entrega anterior, luce su cuerpo entre ambos y aporta un grano de arena al feminismo cuando le lleva la contraria a su marido.

Hay cambios evidentes y hasta atrevidos. Surgen besos lésbicos, casi inocentes, y gays más entregados entre los dos machos alfa en un sueño húmedo de Laura. También engaños. Siguen las mansiones de ensueño, los relojes caros, los automóviles exagerados y los trajes de diseño. Ni que el erotismo absoluto tuviese relación directa con el dinero. Es tan absurdo como pensar que los más pudientes intercambian diálogos tan horteras como los de este film que, sin embargo, tiene todos los ingredientes para triunfar entre el público al que va dirigido, sobre todo a los más voyeurs.

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